TITULO: Una historia para contar
AUTOR: Gleinsmar marin
En una gran
casa vivía una familia bastante sencilla, en la cual solo vivían un padre y su
hijo, eran solo ellos dos, pero a pesar de ello se tenían el uno al otro y eso
era todo lo que les importaba. No había mucha comunicación entre ellos pero de
alguna forma se comprendían.
-¿Qué sucede?-
preguntó el chico a su padre.
El padre del
joven pestañeó saliendo de su ensoñación
y fijó su mirada en el chico quien tenía el ceño fruncido con
preocupación y extrañeza. Tenía un libro en sus manos, la portada estaba
desgastada en las orillas y las hojas estaban amarillentas por las huellas del
tiempo. En la portada se podía leer el nombre ´Romeo y Julieta´, el chico no
entendió que hacia su padre con un libro para chicas.
-Nada, solo
estaba recordando el pasado. – respondió el hombre rascándose la nuca
distraídamente.
Su hijo lo
miro por un momento, nunca antes había visto a su padre tan distraído, a excepción
del día en que su madre decidió irse dejándolos sin ninguna explicación y con
un vacío que se las arreglaron para llenar ellos mismos.
- ¿Pensabas en
mamá?
-No, en
realidad no. Recordaba una cosa
maravillosa que me sucedió a tu edad. Aunque seguro tienes mejores cosas que
hacer que escuchar a tu viejo padre hablar sobre su adolescencia.
-En realidad
no.
Su padre
sonrió complacido.
-Temía que
dijeras que sí.- El hombre respiro profundo antes de comenzar a contar uno de
sus recuerdos más valioso:
Estaba en la secundaria, era un
chico un poco solitario aunque muchas de las chicas me sonreían y me saludaban,
era bien parecido y estaba en el equipo de basquetbol de nuestra secundaria. Para
entonces yo no creía en el amor, pues
pensaba en todas esas chicas que conocía y no haber sido capaz de
enamorarme de ni una sola de ellas. Se
suponía que enamorarse era fácil. Quizás era el único chico que pensaba en el
amor. No podría saberlo. Pasó demasiado
tiempo hasta que perdí la esperanza de encontrar a alguien que pudiera ser la
chica de mi corazón, al menos fue demasiado tiempo para mí. Llegué a la conclusión de que el amor solo
era una pérdida de tiempo. Ese era mi pensamiento más valioso. No sé qué tenía
yo con todo eso del amor, tal vez solo era un chico muy solitario que buscaba a
alguien con que valiera la pena compartir parte de su vida, hacerla parte de
ella. En fin, un día se me hizo tarde en la práctica de basquetbol, así que
llegaría a casa un poco más tarde de lo normal. Recuerdo que ese día perdí el
bus, por lo que tuve que ir a pie, no sin antes soltar algunas maldiciones. A
mitad de camino a mi casa estaba un poco distraído escuchando música en mi
teléfono así que me sorprendí cuando tropecé con algo que tenía en frente que
resultaba ser una mochila, caí al suelo soltando más maldiciones. Para aquel
entonces solía ser un poco grosero.
-¿Estas bien?- me preguntó una voz femenina, era algo aguda pero suave.
Me levanté del suelo enojado con la mirada fija en mi celular que
también había caído al suelo y ahora
tenía un gran rayón en la pantalla, respondí con brusquedad:
-No, no estoy
bien, ¿es que acaso no te fijas donde dejas tus cosas?
-¿Y acaso no te
fijas tú por dónde caminas?, en mi opinión no.-contratacó ella.
Levanté la mirada
hacia la chica listo para decirle lo que pensaba sobre su opinión cuando vi sus
ojos, nunca había visto unos ojos tan bonitos, no tenían nada de
extraordinarios eran de un tono castaño tan oscuro que casi parecía negro, pero
aun así había algo en ellos que me dejaban sin aliento y hacían que mi corazón
se acelerara. Tenía un precioso cabello
rizado que le caí en cascada por la espalda y que al sol lanzaba destellos
rojizos, su piel era tan pálida que me recordaban a la nieve, y en su rostro se
podían ver una serie de pecas que me daban ganas de besar una a una, no eran
pocas pero tampoco demasiadas, solo la cantidad justa de ellas. Abrazaba contra
su pecho un libro que no puede identificar. La chica tenía el ceño fruncido y a
mí se me había olvidado lo que iba a decir. (Di algo) pensé, pero en cambio me
quede embobado con la boca abierta y la mirada fija en ella.
-¿Qué? Fuiste tú
el que comenzó. –Dijo ella- Además no
fui yo el que soltó un mar de maldiciones solo por estar lo suficientemente
distraído como para tropezar con una mochila que claramente está a mis pies por
lo que es fácil de ver.
Pestañee un par
de veces antes de responder:
-Eh, lo siento.
-Sí, bueno,
supongo que también fue culpa mía en parte.
- ¿En parte? – pregunté
con las cejas arqueadas.
-Sí, en parte-
respondió ella con obstinación. Era demasiado orgullosa.
Le sonreí y le
tendí la mano presentándome:
-Me llamo Derek,
por cierto.
Ella observó mi
mano antes de sonreír y responder:
-Mieve- Y estrechó
mi mano.
-¿Mieve? ¿Qué
clase de nombre es ese?- pregunte burlón sin soltar su mano.
- La clase de nombre que recibes cuando le
recuerdas a tu madre a Blancanieves pero que a la ves quiere un nombre original
para su bebe.
-Bueno, tenemos
que mostrarnos agradecidos entonces- dije sonriendo, ella ladeo un poco la
cabeza confundida, mi sonrisa creció al explicarle- De haberte puesto el mismo
nombre que esa princesa hubieras tenido que huirle a las manzanas toda tu vida
y no hubieras podido aceptar mi oferta de ir conmigo por una manzana de
caramelo.
Su rostro se
ruborizo y dijo:
-No sé si estar
sorprendida por tu originalidad de la idea de una cita o tener un poco de
lastima por ese chiste tan malo.
Fingí estar
ofendido
-Auch, supongo
que debo practicar en mis bromas pasando un poco de tiempo contigo hasta que
haga alguna que te haga reír. Pero haré ese gran sacrificio por el bien de mi
orgullo.
Ella sonrió y se
ruborizo aún más.
-Sí, tienes un
orgullo bastante grande, pero ya que lo he herido lo menos que puedo hacer es
el sacrificio de pasar tiempo contigo.
-Por mi está
bien. Entonces, Mieve, ¿Te apetece una manzana?
-Mejor un helado.-Respondió sonriendo y fijando su
mirada en nuestras manos que hasta ahora no se habían soltado.
El orgullo y mi
obstinación me habían hecho pensar que el amor no existía realmente, pero ahí
estaba el destino demostrándome que me equivocaba , cruzando mi camino con una
hermosa y encantadora chica llamada Mieve que me enseñaría lo que es el amor.
Salimos por
varios meses antes de que nuestra relación se convirtiera en algo serio. Pero,
ella nunca se permitía disfrutar realmente de los momentos tan maravillosos que
pasábamos juntos, siempre tomaba distancia, y cuando yo intentaba besarla ella
se apartaba, aceptaba que la abrazara pero no me permitía besarla y eso me
frustraba un poco. Aun así tenía la
esperanza de que me dijera que le sucedía, porque yo sabía que algo le pasaba.
El día de san
Valentín habrían pasado ya seis meses desde que la conocí, quería hacer algo
especial para ella así que esa noche la lleve a un lugar que era especial para
mí, era un prado en el que no habían casas cerca por lo que era difícil oír el
ruido de la ciudad, era un sitio ideal para relajarse o para olvidar todo. Yo quería olvidar todo excepto a ella. Cuando
descubrí ese prado se lo mostré a mi madre y ella había obligado a mi padre a
hacer un mirador de madera para hacer reuniones de té con sus amigas, ya sabes
que tu abuela es muy caprichosa. Afortunadamente no lo utilizo mucho pues lo
suyo no era estar en el aire libre, por lo que el mirador paso a ser todo mío.
Yo sabía que le
gustaría porque ese prado estaba lleno de flores silvestres y con árboles
alrededor. Mieve amaba la naturaleza. Utilicé
las sillas y la mesa que mi madre había dejado ahí desde su última reunión,
coloqué un mantel blanco sobre la mesa, y serví la comida que consistía en
espagueti, era su comida favorita, y en
las copas que saqué a escondidas de la vitrina de mi madre serví un poco de
Coca-Cola ya que a Mieve no le gustaba el vino, ella llegaría pronto, así que
me si prisa. En todas las vallas del mirador enrosque luces blancas como las
que se utilizan en navidad, había anochecido ya y el mirador resaltaba por toda
la luz de las bombillas de las pequeñas lucecitas. Y por último en el centro de
la mesa coloqué un sencillo florero de cristal con una única rosa roja en él.
Justo en el
momento en que llego Mieve, yo encendí la música. Ella salió de su auto con la
boca abierta y lágrimas en los ojos.
-¿Esto es para
mí?- preguntó aún asombrada.
Yo camine hacia
ella, tome su mano y la lleve a sentarse en la mesa que estaba dentro del
mirador.
-Solo para ti-
respondí.- Feliz día de san Valentín.
-No era necesario
que hicieras todo esto por mí.- dijo con la mirada fija en su plato y el rostro
ligeramente ruborizado.
-¿Cómo no lo
haría? Te has convertido en la persona más importante para mí. Haría esto y
mucho mas solo por ti.
Ella no dijo nada
pero puede ver una sonrisa en sus labios.
Cenamos nuestro
espagueti y platicamos sobre su sueño de ser artista, ella quería hacer
ilustraciones de novelas románticas sin importar si eran famosas o no, amaba
leer y le encantaba la idea de enseñarle al mundo la magia que había en los
libros sin necesidad de que estos tuvieran que abrir el libro para que quisieran
leerlo, su idea era hacer una increíble portada e ilustraciones en cada página.
También platicamos sobre la beca que me habían dado en Georgetown, aunque a mí
no me hacía muchas ilusiones ya que quedaba lejos y se me complicaría ver a
Mieve.
-Debes ir.-
Insistió ella.
-Aún me lo estoy
pensando- le dije para tranquilizarla.
-Es una gran
oportunidad, y además es una beca, tienes que ir.
-Me decidiré
luego. Esta noche quiero bailar contigo.- le ofrecí la mano y ella la tomó, nos
levantamos y empezamos a bailar una canción lenta que acababa de comenzar.
Enterré mi rostro
en sus rojizos rizos e inspire su dulce aroma a canela.
Yo sabía que había
encontrado el amor que por tanto tiempo había buscado…Lo que no sabía era que
me lo arrebatarían en tan poco tiempo.
-Te amo, Mieve.-
le susurre al oído.
Y entonces, ella
comenzó a llorar.
-Derek, tengo que
decirte algo- confesó ella entre sollozos.
El padre del chico se interrumpió por un momento, tenía la cabeza gacha
por lo que no podía verle el rostro y los hombros caídos como si estuvieran
cargando un gran peso.
-¿Qué sucedió, papá? –Preguntó el joven.
Derek inspiro profundamente y continúo con su relato:
-¿Sucede algo?- le pregunté apartándome un poco para verle el
rostro, dejamos de bailar y limpie sus lágrimas con mis manos.
-Derek…yo…estoy enferma…
-No digas eso-la interrumpí creyendo que se estaba
ofendiendo.
-No, es en serio, sufro de una enfermedad desde que era una
niña. Una enfermedad que me ha estado matando poco a poco con el paso de los
años. No tiene cura.
-¿De qué hablas?- le pregunté, no podía creer lo que me
decía.
-Hablo, Derek, de que moriré pronto. Tal vez solo tenga un
par de días…
-No, no…no es cierto…-murmuré aterrorizado. Fue entonces que
comprendí porque intentaba tanto alejarse de mí todo el tiempo que la conocí,
ella solo no quería hacerme daño, sabía que moriría pronto y no quería que su
partida me hiriera.
-Lo siento- susurró y salió corriendo hacia su auto.
No lo dude. Corrí tras ella.
La tome de la mano y la apreté en mis brazos.
-No me abandonaras, no ahora, no cuando aún tengo tiempo para
estar contigo.
Como si el momento necesitara ser más dramático empezó a
llover, y la lleve conmigo a mi camioneta que estaba más cerca que su auto. Nos
sentamos en el asiento trasero. Le aparte el rostro de la cara y la bese. Fue la primera vez que la besaba, también fue
el mejor beso de toda mi vida…
No hicimos nada más que eso, no tuvimos sexo, solo la bese.
No hacía falta nada más.
En ese momento nada más importaba, solo ella y yo.
-Te amo, Derek.- susurró ella.
-Y yo te amo a ti, Mieve.
Se hizo tarde y nos quedamos dormidos en mi camioneta, con la
lluvia cayendo fuera, las estrellas iluminando el oscuro cielo, y el amor de mi
vida soñando entre mis brazos.
El chico estaba tan concentrado escuchando la historia de su padre que
no se había dado cuenta que ya había llegado la luz y que afuera estaba
anocheciendo. No quería formular la pregunta que había estado rondando en su
cabeza desde que su padre Derek había iniciado la historia, pero se llenó de
valor y preguntó:
-¿Qué pasó con ella, papá?
Su padre vio a su hijo a los ojos por primera vez desde que había
iniciado a contar su recuerdo de la adolescencia. No pudo contener las lágrimas
cuando respondió:
-Amaneció muerta entre mis brazos al día siguiente de san Valentín.
Su hijo permaneció en silencio temiendo que si decía algo rompería a
llorar con su padre. Derek continúo:
-No te conté todo esto para que le temieras al amor o le huyeras. No me
arrepiento de haber conocido a Mieve, ni a tu madre que también es una mujer
encantadora a pesar de lo que hizo. Te conté todo esto para que veas que la
vida a veces hace cosas terribles pero que aun así no debemos rendirnos, debes
ser fuerte porque el futuro te puede llegar a sorprender, ser paciente para
esperar el amor que tarde o temprano llegara a ti y feliz para disfrutar de
cada momento que la vida te ha regalado. Aunque le ruego y le pido a Dios para
que no tengas que aprender todas estas cosas como yo lo hice.
El muchacho no aguantó más y rompió a llorar junto a su padre a quien
abrazo.
Se oyó un ruido sordo y ambos voltearon a ver el suelo a ver que era el
origen del ruido.
En el suelo yacía el libro que se había caído del regazo de Derek
cuando este se levantó a abrazar a su hijo.
El chico recogió el libro de Romeo y Julieta.
-Era de Mieve, esta es la única novela que pudo ilustrar.
El muchacho abrió el libro y quedo asombrado por los maravillosos y
delicados dibujos que Mieve había pintado en el margen de las hojas.
-Vaya, tenía talento…-admitió el chico devolviendo el libro a su padre.
-Un gran talento –dijo Derek tomando el libro en sus manos. Vio la hora
en su reloj y al ver lo tarde que era añadió- ¿Por qué no pides una pizza para
la cena mientras yo enciendo la televisión para ver el partido de Basquetbol?
Aliviado por terminar con lo sentimental y hacer algo que acostumbraba
hacer con su padre el chico acepto su oferta y fue a la cocina a pedir la
pizza.
Derek miro por un momento el libro y luego salió un momento al jardín
trasero para cerrar la puerta de vidrio que había dejado abierta, pero antes de
que lo hiciera una fuerte brisa paso en ese momento alborotándole el cabello y
haciendo volar las páginas del libro de romeo y Julieta hasta la última página
en la cual Mieve había escrito hace mucho tiempo algo que creyó que nadie vería,
ni siquiera el mismo Derek: te amo, Derek.
-Y yo te amo a ti, Mieve- Susurró Derek antes de volver a adentro de la
casa añadió- mi corazón jamás te ha olvidado y jamás te olvidara.
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